En el año 2017 moría Pere Salamó Sais, el último alfarero de los Salamó de la Bisbal y, con él, se clausuraba definitivamente uno de los alfares más antiguos de nuestra ciudad.
El primer Salamó alfarero documentado es Pere Salamó Roura; se menciona en un padrón de habitantes de 1826 que vivía en la calle del Pedró con su esposa y suegros. Sin antecedentes familiares en el mundo de la cerámica, Pere Salamó (de 23 años) estaba casado con Cecília Matlleu Mató, hija del alfarero Francesc Matlleu Vicens, con obrador en la misma casa. Sin duda, la muerte de Matlleu en el año 1841 (sin ningún descendiente masculino que se pudiera hacer cargo del negocio), propiciaría el cambio de manos del obrador familiar de los Matlleu a los Salamó. Francesc Matlleu,a su vez, era hijo de otro alfarero, Pere Matlleu [o Malleu] Hospital, nacido en la Bisbal el 1752. La revisión de los componentes de la familia Matlleupermite afirmar que fue, justamente, este Pere Matlleu el primer alfarero de la familia y, consecuentemente, el fundador del linaje Matlleu-Salamó.
Can Salamó mantuvo a lo largo de su historia una continuidad y fidelidad a la producción alfarera local, mayormente de obra roja y vidriada. La coloración de la cerámica bisbalense se hacía tradicionalmente a partir de engobes y barnices.
Los colores base de la mayoría de las piezas tradicionales de la Bisbal son el amarillo (llamado habitualmente “color paja”, o palla en catalán) y el rojo, los cuales provienen de los dos tipos de engobes de la zona: el engobe blanco y el engobe rojo.
El colado tradicional del engobe consistía en mezclar nuevamente la tierra ya triturada y colada con agua hasta convertirla en una especie de líquido espeso. Esta mezcla se realizaba en la pila o coladera (musser), una cubeta de obra de forma rectangular, con la ayuda de un palo o batidera de madera (coster o palot). A continuación, el alfarero colaba la mezcla por unos tamices de trama muy fina para retener las impurezas y lo escurría en el barreño de engobe. Esta operación es conocida en la Bisbal con el nombre de passar engalba (pasar engobe).
El barniz se obtiene de la mezcla de distintas materias minerales (sulfuro de plomo, alúmina, óxidos colorantes) con engobe, todo mezclado con agua hasta que queda líquido. Esta mezcla se aplica sobre las piezas en seco, cubriéndolas de manera uniforme. Mediante el proceso de fusión y enfriamiento fruto de la cocción, el barniz se vitrifica y forma una capa vidriosa y no cristalina que impermeabiliza e higieniza el objeto y que, según su composición, puede dar un acabado mate, brillante, transparente o coloreado. Antiguamente el uso del barniz se dosificaba mucho, ya que su obtención era muy laboriosa y significaba muchas horas de trabajo. Esto explica que su aplicación fuese limitada al interior de aquellas piezas directamente relacionadas con alimentos o líquidos, o reservada para las partes más sensibles al tacto de la boca y las manos: asa, boca y pitorro.
La aplicación de los colores en la cerámica bisbalense se realizaba (y en muchos casos se realiza) a través de diferentes técnicas decorativas. La alfarería Salamó empleaba habitualmente el baño, la llanterna, la trepa, el salpicado y el jaspeado.
Consiste en sumergir el objeto dentro de un recipiente de engobe (o de barniz). La pieza (dependiendo de sus dimensiones) se puede bañar con la mano, con la ayuda de un cuenco o cubriéndola, en su totalidad o sólo los apéndices. La alfarería tradicional del país era generalmente lisa, con engobe blanco o rojo, y barnizada con barniz transparente. Acostumbraba a ser realizada por el mejor operario del obrador porque la ausencia de decoración impedía tapar las imperfecciones.
Técnica decorativa que recibe el nombre de la herramienta con la que se realizaba antiguamente. En la actualidad, la llanterna ha sido sustituida por la jeringa o pera de goma. Se utilizaba sobre todo para perfilar la vajilla (platos, fuentes...), para hacer líneas, franjas, zigzags y espirales; y si el alfarero era habilidoso, también para hacer dibujos geométricos y figurativos.
Técnica decorativa y, por extensión, el dibujo que resulta. La trepa posibilita la ornamentación de un objeto cerámico a partir de la utilización de una plantilla flexible con un dibujo recortado. De aplicación muy sencilla, la plantilla se dispone encima de la pieza ya coloreada previamente con una base de engobe y el recorte del dibujo se pinta con engobe de otro color, en rojo sobre piezas bañadas con engobe blanco, o al revés. Se acostumbraba también a añadir algunos toques de barniz verde.
Consiste en mojar las yemas de los dedos con barniz (a menudo de color verde, más esporádicamente marrón) y salpicarlos sobre la vasija previamente bañada con engobe (habitualmente de blanco, más raro en rojo). El efecto decorativo que resulta es siempre diferente y único, motivado por el azar de la salpicadura.
Técnica decorativa que consiste en salpicar de color una superficie ya coloreada previamente, con engobe de otro color (rojo sobre blanco, o al revés) y, cogiendo la pieza con las manos, con un movimiento brusco circular o lateral, obligar a deslizar el engobe superior de manera que forme aguas elípticas o longitudinales encima del color base.
El alfar de los Matlleu-Salamó, ubicado en la calle del Pedró de la ciudad, se conserva (aproximadamente) tal como fue construido a finales del siglo xviii, preservándose el conjunto de manera primigenia, como si el tiempo se hubiera parado hace 250 años. Esta excepcionalidad lo convierte en un espacio de extraordinario valor patrimonial e identitario.
Entonces la calle del Pedró era un espacio periférico del casco urbano de la Bisbal, lo que tiene una gran importancia para poder entender la elección de los alfareros Matlleu a la hora de ubicar su taller. Porque ciertamente, la necesidad de disponer de amplios espacios de trabajo (tanto exteriores como interiores) determinaba su localización.
Ciertamente, los alfares (y Can Salamó lo cumple con creces) requieren disponer de unos espacios exteriores grandes y soleados donde llevar a cabo los trabajos relacionados con el tratamiento y preparación de la tierra (el patio o era, la pila y las balsas de asentar la tierra), y con el secado de las piezas ya moldeadas.
Las dependencias interiores del obrador, en cambio, se utilizan para realizar los trabajos relacionados con el modelado de los cacharros (la sala de tornos o botiga en catalán), el secado (cuando las condiciones climáticas no acompañan), la decoración y, en aquellos casos en que el horno se encuentra integrado en el propio edificio (como es el caso de Can Salamó), la cocción de la obra.
El horno de tipo árabe o moruno de Can Salomó es un horno tradicional, de llama directa. Es el más antiguo de este tipo conservado en la Bisbal. Su capacidad es de 16,68 m3, se alimentaba con fajinas de brezo y normalmente necesitaba entre 28 y 30 horas de cocción.
El horno de Can Salamó se encuentra integrado dentro de la misma vivienda y comprende tres partes bien diferenciadas: una subterránea, una cámara superior y la chimenea. En la parte inferior se localizan la caldera (espacio donde ardía el combustible, en catalán foganya) y, justo encima, una pequeña cámara (sardinell) destinada a cocer la obra rústica o la obra que sólo iba barnizada interiormente. Separa la caldera de la cámara del horno una bóveda de ladrillo macizo (garbell) perforada por varios agujeros u ojales dispuestos de manera equidistante para permitir el paso de las llamas y del humo hacia la cámara superior (o cámara de hornear), llamada propiamente el horno.
Es en el horno donde se cocía la obra barnizada. La parte superior de esta cámara, a su vez, está cerrada igualmente por otra bóveda de ladrillo, provista también de ojales gracias a los cuales el fuego respira y se permite una mejor distribución del calor. El agujero central, más grande que el resto, se utilizaba para poder extraer las catas o pruebas (mostres).
Sobre el horno está la chimenea. Antiguamente descubierta, en un momento posterior se cubrió y se usó este nuevo espacio también como secadero de piezas.
La mayoría de la producción del alfar se modelaba en el torno, llamado como conjunto rueda (roda). Los tornos del obrador (cuatro en total) se encuentran mecanizados, y presentan muchas de sus partes gastadas y pulidas por el uso continuado y un aspecto general de color amarillento por la incrustación de la arcilla.
Básicamente, los tornos del alfar no se diferencian del resto que se encuentran en los otros obradores de alfarería tradicional. Constan de dos discos: uno grande en la parte inferior, la volandera (pala, en catalán) que el operario hace girar mecánicamente con un motor (antiguamente era con el pie), y uno pequeño en la parte superior, llamado rodal (rodell). Estos dos discos se disponen horizontalmente y están unidos por un eje vertical (arbre) que comunica el movimiento de rotación. Es el rodal donde el alfarero modela todas sus vasijas con perfil de rotación. El conjunto rodaba suavemente gracias a la acción de una pieza metálica situada debajo de la volandera, de forma cónica y acabada en punta (baldufa), la cual giraba dentro de un agujero empotrado en el suelo (cul de got) que posibilitaba el giro al tiempo que apoyaba toda la estructura básica del torno.
Dos paredes laterales construidas con ladrillos y una estructura metálica fijada en el suelo y en la pared de la habitación soportan la estructura del torno, inmovilizan el conjunto, fijan el estribo (donde el alfarero apoya el pie que no acciona la volandera) y sostienen la mesa de tornear. En ésta, el alfarero disponía las bolas o pellas (pastons) y las herramientas de modelar, y apoyaba la tabla de madera (post) donde se colocaban las piezas ya torneadas. Una tabla de asiento adosada a la pared (banc d’asseure) permitía sentarse con las dos piernas a la derecha del eje.
En las paredes de la sala de tornos se disponen una serie de puntales o barras cortas de madera fijadas perpendicularmente a la pared (barrers), destinados a soportar las tablas de madera, a modo de estante, con las piezas recién moldeadas para su secado.
Can Salamó i els colors de la terrissa bisbalenca es también el título del catálogo de la exposición, el que quiere ser un homenaje a estos alfareros que contribuyeron, en gran medida, a mantener durante generaciones y hasta nuestros días, las técnicas tradicionales que han llevado a considerar la Bisbal como la capital catalana de la cerámica.
La publicación se enmarca en la colección Catàlegs del Terracotta Museu,una línea editorial pensada para acompañar y completar las muestras temporales de larga duración instaladas en la Sala d’Exposicions Temporals.
Cada volumen es una publicación versátil y en principio modesta -pero en absoluto reñida con la búsqueda de la excelencia- que permite, además de acompañar la exposición de referencia con un escrito explicativo y una relación y reproducción de las piezas exhibidas, mostrar otros aspectos menos conocidos, y no por ello menos importantes, del proceso que rodea la creación de una exposición y que a menudo se dejan de lado, como el propio montaje de la muestra, la instalación final, o la misma inauguración.
Organización: Terracotta Museu de Ceràmica de la Bisbal
Coordinación: Xavier Rocas
Textos: Xavier Rocas
Fotografías: Quim Tor, Jordi Geli i Josep M. Oliveras
Producción: Terracotta Museu i Ajuntament de la Bisbal d’Empordà
Diseño gráfico exposición: Glam Comunicació i Disseny
Imágenes de archivo: Joan Mallarach, Antoni Martí, TV La Bisbal
Realización audiovisuales: 24 imatges x segon
Diseño catálogo: Pere Álvaro
Terracotta Museu quiere expresar su agradecimiento a las personas que han ayudado a hacer posible esta muestra, desde los particulares que nos han prestado imágenes o piezas, hasta aquellos que nos han ayudado en las tareas de investigación y documentación. Y muy especialmente a: Dolors Guerra, Josefina Salamó, Carme Salamó y resto de la familia por su predisposición; a Jordi Cama y Pere Trijueque para la elaboración de la genealogía Matlleu-Salamó; a Quim Tor, Joan Mallarach y Antoni Martí por la cesión de fotografías e imágenes de archivo; a Francesc Cabrillana para dejarnos registrar el funcionamiento de la prensa; a Josep Mestres por el reencuentro de un molde de hacer platos; a Jaume Domènechpara la restauración de unas balanzas; a Anton Maruny para dejarnos el barniz; a todos los donantes que con su generosidad nos han permitido poder disponer de las piezas que se muestran en esta exposición: Rosa Bou, Sílvia Casademont, Josep Escortell, Jordi Frigola, Alícia Gómez, Albertus Diks, Pere M. Noguera, Dolors Ros, Joan Rosal, Marià Sáez, Enric Sanmartí, Sergio Sabini, Vilà-Clara Ceramistes; a Alfons Romero por presentar la exposición; a la Brigada Municipal por su ayuda incondicional; y a todos los proveedores que con su buen hacer han procurado por el montaje de la muestra.